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Editorial del Programa ECOS del día 23 de Noviembre de 2010

 

Privatizaciones del servicio de aguas

Reflexiones de Antonio Brailovsky

 

 

Hoy voy a empezar con un mensaje que envió Antonio Brailovsky, el otro día, y que me dejó pensando:

Dice Antonio:


“Quiero pedirles que hagan una experiencia con sus amigos y familiares: pregúntenles qué hacen cuando en televisión anuncian las noticias de economía. Las respuestas suelen ser del tipo de las siguientes: La economía no me gusta
No la entiendo.
Yo cambio de canal.
Me voy a la cocina a preparar un café.
Me pongo a hablar por teléfono.
Creemos estar informados porque sabemos el nombre de la última adolescente que tuvo un romance con Berlusconi, conocemos la formación de los equipos principales para el partido del domingo, sabemos los escándalos del espectáculo, o fuimos testigos del intercambio de injurias entre dos dirigentes políticos cuyos nombres olvidaremos el año próximo.
Pero ninguna de estas cosas afectará en nada nuestras vidas. Sugestivamente, los únicos hechos que pueden modificarla profundamente son los que no quisimos conocer.
Al respecto, el escritor Raúl Scalabrini Ortiz advertía hace varias décadas que "las cuestiones de economía son muy sencillas. Para comprenderlas sólo hay que saber sumar y restar. Su usted no las entiende, pida que se las expliquen otra vez. Si a la tercera sigue sin entenderlas, es que lo están robando".

Antonio envía un análisis del proceso de privatización de los servicios públicos de agua y saneamiento en el Gran Buenos Aires.
En realidad, no hubo una sino dos privatizaciones del agua en la misma ciudad, ambas con consecuencias semejantes.
La privatización del siglo XIX
Durante el siglo XIX, Buenos Aires soportó varias epidemias que desnudaron la fragilidad de una ciudad en rápido crecimiento sin un adecuado sistema de abastecimiento de agua potable y de saneamiento.
En 1858, el Ing. John Coghlan señaló que "una obra pública que afecta tan vitalmente la salud y conveniencia de la comunidad, no debe dejarse a merced de los especuladores", y recomendó que el Estado se hiciera cargo de ese servicio.
No le hicieron caso y el servicio fue entregado a una empresa asociada a la banca Baring Brothers. El responsable fue el Ing. Bateman, quien dirigió el proyecto desde Londres, sin venir nunca al país.
La empresa hizo un gran negocio cobrando las tarifas e incumpliendo todos los compromisos asumidos. Después de muchos escándalos y numerosos actos de corrupción, en 1891 se aprueba una Ley que ordena al Estado recuperar las instalaciones y hacerse cargo del servicio.
Las Obras de Salubridad de la Capital fueron el embrión que permitió construir Obras Sanitarias de la Nación, un organismo público de avanzada para su tiempo, que en todo momento consideró al agua y al saneamiento como bienes sociales, no sujetos a comercio ni especulación.

La privatización del siglo XX
Un siglo después de recuperados para la sociedad los servicios de agua y saneamiento se los vuelve a privatizar, entregándolos a Aguas Argentinas, una subsidiaria del grupo internacional Suez, con resultados semejantes a los de un siglo atrás. Un informe del economista Daniel Azpiazu muestra que a la empresa le dieron la concesión con una serie de cláusulas de tipo social en el contrato, que después le autorizaron a no cumplir.
Se entregó el servicio a una empresa privada argumentando que el Estado no tenía dinero para hacer las grandes inversiones que se necesitaban. Sin embargo, la empresa no puso dinero propio sino sólo una parte de lo que recaudó por las tarifas. Eso explica que no haya invertido el 40 por ciento del dinero que se comprometió a poner.
En cuanto a lo que decía el contrato que Suez tenía que hacer y no hizo:
No dio agua potable a 800.000 personas que estaba obligada a conectar.
No conectó con cloacas a 1.032.000 personas que estaba obligada a conectar.
No cumplió con el tratamiento de las cloacas de 6.180.100 personas, lo que tenía que haber hecho de acuerdo con el contrato y no hizo.
Cualquiera de nosotros que no cumpla con su trabajo, sabe que lo va a perder. Sin embargo, Suez tuvo la protección de varios Gobiernos, que le permitieron dejar de hacer todo aquello para lo cual los habían contratado.

El tema de las tarifas es buen ejemplo de lo que enseñaba Scalabrini Ortiz sobre las cuestiones de economía disfrazadas de difíciles. Se armó un sistema muy complicado, en el que se hizo todo lo posible para que nadie entendiera qué estaba pasando. Esto permitió hacer lo contrario de lo que se había prometido:
Se entregó el contrato a Suez con el compromiso de una tarifa social, que priorizara a los sectores de menores recursos.
Sin embargo, durante el período 1993-2002, la tarifa para los más pobres aumentó un 177 por ciento, mientras que la tarifa para los más ricos sólo subió un 44 por ciento.
Este conjunto de abusos fueron posibles porque la mayor parte de las personas que podrían haberlo impedido se desinteresaron de las cuestiones económicas.

El servicio público fue reestatizado en el año 2006, después que la empresa distribuyera agua contaminada con nitratos, amenazando de este modo la salud pública. Reconstruir el sistema de excelencia que destruyó la privatización demandará un tiempo, sin duda, prolongado. El cambio no es sólo económico y tecnológico, sino que requerirá de herramientas de participación ciudadana para la intervención de vecinos y usuarios en el control del servicio público.”