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Editorial del Programa ECOS del día 26 de Abril de 2011

 

Semillas secuestradas? reflexionando a partir de Esther Vivas

 

Decía Esther Vivas hace pocos días en una nota titulada Semillas secuestradas:

“¿Quién ha oído hablar alguna vez del tomate bombilla, la berenjena blanca o la lechuga lengua de buey? Difícil. Se trata de variedades locales y tradicionales que han quedado al margen de los canales habituales de producción, distribución y consumo de alimentos. Variedades en peligro de extinción.
Nuestra alimentación actual depende de unas pocas variedades agrícolas y ganaderas. Tan solo cinco variedades de arroz proporcionan el 95% de las cosechas en los mayores países productores. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, un 75% de las variedades agrícolas han desaparecido a lo largo del último siglo.
Pero esta pérdida de agrodiversidad no sólo tiene consecuencias ecológicas y culturales, sino que implica, también, la desaparición de sabores, principios nutritivos y conocimientos gastronómicos, y amenaza nuestra seguridad alimentaria al depender de unos pocos cultivos. A lo largo de los siglos, el saber campesino fue mejorando las variedades, adaptándolas a las diversas condiciones agroecológicas a partir de prácticas tradicionales, como la selección de semillas y los cruces.
Las variedades actuales, en cambio, dependen del uso intensivo de productos agrotóxicos, pesticidas y fertilizantes químicos, con un fuerte impacto ambiental y que son más vulnerables a sequías, enfermedades y plagas. La industria mejoró las semillas para adaptarlas a los intereses de un mercado globalizado, dejando en segundo lugar nuestras necesidades alimenticias y nutritivas con variedades saturadas de químicos y tóxicos.
A lo largo de 12.000 años de agricultura, se manejaron unas 7.000 especies de plantas y varios miles de animales para la alimentación, pero hoy, según datos del Convenio sobre Diversidad Biológica, sólo quince variedades de cultivos y ocho de animales representan el 90% de nuestra alimentación.

 

 

Unas políticas que impusieron semillas industriales con el pretexto de aumentar su rentabilidad y producción, desacreditando las semillas campesinas y privatizando su uso.
De este modo, y con el paso del tiempo, se han ido emitiendo patentes sobre una gran diversidad de semillas, plantas, animales, etc., erosionando el derecho campesino a mantener sus propias semillas y amenazando medios de subsistencia y tradiciones.
Las empresas se han adueñado de organismos vivos y, a través de la firma de contratos, el campesinado depende de la compra anual de semillas, sin posibilidad de poder guardarlas después de la cosecha, plantarlas y/o venderlas la siguiente temporada. Las semillas, que representaban un bien común, patrimonio de la humanidad, han sido privatizadas, patentadas y, en definitiva, “secuestradas”.
Hoy, más que nunca, en un contexto de crisis alimentaria, es necesario apostar por otro modelo de agricultura y alimentación que se base en los principios de la soberanía alimentaria y la agroecología, al servicio de las comunidades y en manos del campesinado local. Mantener, recuperar e intercambiar las semillas campesinas es un acto de desobediencia y responsabilidad, a favor de la vida, la dignidad y la cultura”.

FUENTE: Esther Vivas, autora de ‘Del campo al plato. Los circuitos de producción y distribución de alimentos’. Público, 11/04/2011.