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Editorial del Programa ECOS del día 27 de Agosto de 2011

 

Comer sano, ¿dejar comer sano?

 

El otro día leía que Monsanto reclama la patente de la carne de cerdos alimentados con sus transgénicos. Las empresas de semillas transnacionales siguen empecinadamente tratando de tener el mayor control posible de los recursos básicos de la producción de alimentos. No solamente de las plantas genéticamente modificadas, sino también de los métodos de cultivo de plantas convencionales, para poder patentarlos.
Ahora agregan a sus pretensiones la cadena de producción de alimentos completa, empezando por el pienso para animales hasta llegar a los productos alimentarios como la carne. En una solicitud de patente pendiente, Monsanto reclama incluso el jamón y los cortes de carne procedente de los cerdos alimentados con plantas genéticamente modificadas patentadas por esa transnacional.
La semana pasada comentábamos acerca del experimento que en España se le prohibió a otra compañía, para hacer arroz modificado genéticamente con genes humanos, a campo abierto, por el riesgo que ello implica para el arroz convencional.
Día a día vemos noticias que hablan del esfuerzo de campesinos y poblaciones no solo por librarse de la contaminación genética sino también de los plaguicidas.
Son, yo creo, gritos que el sistema ahoga permanentemente.
Hace unos día al terminar de dar una conferencia, una persona se me acercó y me preguntó qué se podía hacer para que las dietas escolares sean orgánicas, naturales, que no sean fast food y snaks (nótese la terminología que tengo que usar para que ustedes me entiendan a cabalidad).

 


Es que efectivamente a los pibes se les da en su mayoría comida chatarra, o soja, o productos de imposible trazabilidad.
Hay una película documental súper interesante, además de muy bien filmada, que se llama NUESTROS HIJOS NOS ACUSARAN. Trata de una población en el sur de Francia, que decidió, alcalde y cura incluidos, apostar por producir orgánico y hacer del comedor de la escuela, una usina de difusión de buenas prácticas alimentarias. A partir de allí se abrió a reparto casa por casa, a proveer al hospital, el asilo y a cuanto se anote, de una dieta diaria, variada, orgánica y sana. Feria ecológica para que se comparta todo lo que cada productor hace, en fin. Que los chicos empezaron allí a disfrutar de una comida que no sólo les hace bien sino que les gusta mucho.
Leemos también en la semana que La Junta de Andalucía, en España, plantea ampliar el programa de impulso a la introducción de alimentos ecológicos en los centros educativos a través de las empresas de catering que gestionan sus comedores, de forma que prevén una nueva licitación para el próximo curso en la cual se valorará con un diez por ciento de la puntuación el hecho de que se incorpore este tipo de productos ecológicos.
Consejería de Agricultura y Pesca ha precisado que el 81 por ciento de las empresas adjudicatarias de licitaciones de contratación para el desarrollo de esta actividad durante el curso 2010-2011 ofrecían alimentos ecológicos en sus menús, y el gobierno local decidió apostar a la salud.
¿Suena imposible que algo así suceda aquí?
Revisé las noticias y me encontré que decenas de pequeños productores del interior de Corrientes se han volcado a la producción orgánica para contrarrestar a la dependencia al conglomerado agroquímico que genera la producción industrial. A la vez, en la certificación participativa hallaron -por primera vez en el país- el sello necesario para acceder a mercados asegurados.
La experiencia comenzó en Bella Vista con unos pocos productores, pero ahora ya es utilizada por decenas. El patentamiento de los insumos agrarios fue uno de los motivos por los que los productores decidieron migrar de una metodología a la otra. Es que ello los ata a los vaivenes del mercado de las multinacionales.
Por eso, decidieron apelar a una nueva forma de legitimación: la certificación participativa, como los denomina la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM).
Este mecanismo se diferencia de la certificación tradicional por valerse de procedimientos de verificación simples, con mínimos costos y burocracia, e incluye capacitación y control social que involucra tanto a los productores como a los consumidores. Por primera vez en el país, este mecanismo comenzó aplicarse en una escuela de formación agraria de Bella Vista.
Para muchos, la certificación participativa es el regreso a las bases filosóficas de la agricultura orgánica, cuando se producía para el autoconsumo o la comunidad.
Por eso, insistimos, ¿es tan imposible darle de comer a los chicos comida sana?
Yo pienso que mientras el paseo del domingo siga siendo llevarlos a comer un disco asado de grasa disfrazado de hamburguesa y un vaso de azúcares y químicos con gas… será casi imposible.
Ya lo dice el viejo refrán: la culpa no es del chancho sino de quienes le dan de comer.
¿Por qué lo hacemos?