Skip to: Site menu | Main content

Editorial del Programa ECOS del día 20 de Agosto de 2016

 

Decrecimiento. La solución

 

 

Quizás haya escuchado hablar de decrecimiento.
Es un ataque a la ideología del crecimiento económico.
Giorgos Kallis días atrás publicaba un excelente artículo en el New International Magazine, adonde hablaba de los orígenes del decrecimiento.
Señala que “se encuentran en la ecología política francesa y europea de la década de 1970”, cuando se comenzó a cuestionar la compatibilidad del capitalismo con el equilibrio de la tierra.
“Mañana, el decrecimiento” fue el título de los ensayos del rumano norteamericano Nicholas Georgescu-Roegen, uno de los primeros economistas ecológicos. Pero para los pensadores ecosocialistas franceses, los límites del crecimiento eran una cuestión política, en vez de un problema del agotamiento de los recursos, de la superpoblación y del colapso del sistema.
El capitalismo requiere la expansión constante, una expansión basada en la explotación de los seres humanos y no humanos, que daña irreversiblemente el clima y la vida de todas las gentes, basada en ideas de la década de 1930, cuando la expansión ilimitada todavía era imaginable.
“El crecimiento es una idea que forma parte esencial del capitalismo. Es el nombre que el sistema dio al sueño que estaba produciendo, el sueño de la abundancia material. El PIB se inventó para contar la producción de guerra y se convirtió en un indicador, midiendo y confirmando objetivamente el éxito de EEUU en la guerra fría. El crecimiento es lo que el capitalismo, necesita, conoce y hace.”
“La gloriosa era de reconstrucción y recuperación de la postguerra ha terminado. Y no olvidemos que ésa también fue posible gracias a la explotación colonial del resto del mundo.”
Recién por los años 2000 unos activistas en Lyon, Francia hacen acciones directas contra megainfraestructuras y publicidad, hechos que toma un profesor de antropología económica crítico de los programas de desarrollo en África, Serge Latouche, que lo pone en sus libros y pide el “Fin del desarrollo sostenible” y el comienzo del decrecimiento convivencial.
Ese mensaje se extendió rápidamente y se empezaron a organizar grandes foros sobre decrecimiento. Para 2014 en Leipzig se reunieron tres mil quinientos investigadores, estudiantes y activistas, que hicieron foco en los costos sociales, ambientales y psicológicos del crecimiento.
Todos vemos que hay consenso en que un cambio de sistema es necesario. Que no será fácil y que requiere de un mega movimiento.
El decrecimiento es incompatible con el capitalismo, y está surgiendo en focos como las redes de huertos urbanos, la autosuficiencia energética con paneles y calefones, en las redes de productores independientes y consumidores de alimentos orgánicos y productos artesanales, ecocomunas, cooperativas y redes de intercambio. Y básicamente, una vida frugal.
Como dice Goergios Kallis, acá no hay ningún edificio de la Organización Mundial de Comercio para tomar por asalto o un tratado de libre comercio que detener, porque el decrecimiento es algo que da sentido a una amplia gama de personas y movimientos. Es una red de ideas y de acciones. Todavía no existe una ciencia de economía del decrecimiento.
Pero una vía posible es la redistribución como cuestión central en un siglo XXI sin crecimiento.
El autor hace un cálculo: “si los egipcios hubiesen comenzado con un metro cúbico de material y crecieran un 4,5% anual, al final de sus 3.000 años de civilización, habrían ocupado 2.500 millones de sistemas solares. Incluso si pudiéramos sustituir el crecimiento capitalista por un crecimiento socialista más bueno, más angelical, ¿por qué querríamos ocupar 2.500 millones de sistemas solares?”
“Desde la perspectiva del decrecimiento, la cuestión no es que el Norte Global consuma más de lo que produce. La cuestión es que produce y consume más de lo necesario, a expensas del Sur Global y de otros seres y de las generaciones futuras. Producir y consumir menos reduciría el daño infligido a los demás. Es una cuestión de justicia social y ambiental: reducir y redistribuir al resto. Estas invocaciones a la sencillez y a la abundancia frugal pueden parecerse a la idea común latente de la buena vida, presente en muchas culturas de Oriente y Occidente.”
Claro que hacer un llamamiento al decrecimiento es un suicidio electoral en este mundo de medios de comunicación corporativos.
El autor recuerda que Pablo Iglesias (líder de Podemos, en España) firmó el manifiesto decrecentista Ultima llamada. Pero… pasado un tiempo fue abandonando esas ideas. Lo mismo pasó en nuestro continente con Correa o Evo Morales, elegidos con el apoyo de los ecologistas y/o indígenas, que cuando llegaron al poder, siguieron el camino del gran capital y el crecimiento gracias al extractivismo.
“En la crisis actual sólo podemos hablar de crecimiento” dicen. Pero si siempre estamos en crisis. Dígame usted qué momento recuerda de que en el seno del primer mundo no haya una crisis. Se necesita coraje e imaginación, pero no es imposible. Impuestos verdes, reivindicación de espacios verdes, cooperativas energéticas locales, menor uso de recursos y menos basura, la prohibición de los megaproyectos, la descentralización de los servicios, la salud preventiva. Se pueden imaginar políticas fiscales y tributarias que dirijan los recursos en favor de los que trabajamos, y hacia el llamado consumo de baja intensidad. Kallis señala que sin crecimiento, tarde o temprano la deuda pública tiene que ser reestructurada o eliminada.
Agrega el autor que es poco probable que se lleve a cabo una transición política voluntaria hacia el decrecimiento y más bien, si ocurre, será un proceso de adaptación al estancamiento real de la economía.
El crecimiento no sólo es ecológicamente insostenible, sino, como los economistas admiten cada vez se va haciendo más salvaje, más autodestructivo, más depredador, y por supuesto, a futuro, imposible de sostener.