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Editorial del Programa ECOS del día 28 de Noviembre de 2020

 

¡DDT… sorpresa!

 

 

Les voy a contar algo que está siendo investigado y difundido por Los Ángeles Time: No lejos de la isla Santa Catalina, frente a Los Ángeles, en Estados Unidos, en ese océano compartido por buzos y pescadores, bosques de algas marinas y ballenas, David Valentine decodificó señales inusuales bajo el agua que le produjeron escalofríos. El científico de la Universidad de California en Santa Bárbara estaba estudiando filtraciones de metano con un robot de aguas profundas prestado y se topó con algo que parecían migas de pan en grandes cantidades, a unos mil metros de profundidad. Eran barriles. Barriles llenos de sustancias químicas tóxicas prohibidas hace décadas, rotos y con fugas, esparcidos por el fondo del océano. Medio millón de barriles, en el caso más infame de contaminación ambiental frente a la costa de Los Ángeles, que duró décadas.
Registros históricos, manifiestos de traslado e investigaciones no digitalizadas dicen que de 1947 a 1982, el mayor fabricante de DDT del país, uno de los pesticidas más poderosos, tuvo su sede en Los Ángeles y según los registros de envío, cada mes en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, miles de barriles de lodo ácido mezclado con este químico fueron transportados en bote a un sitio cerca de Catalina y arrojados al océano. Claro que los hombres a cargo de deshacerse de los desechos de DDT a veces simplemente los arrojaron cerca de la costa. Y cuando los barriles no se hundían, simplemente los perforaban.
En 2011 y 2013, Valentine y su equipo de investigación recolectaron muestras. Una muestra de sedimento mostró concentraciones de DDT 40 veces mayores que la contaminación más alta registrada en el sitio de desechos peligrosos federal.
Las señales que advierten de peces contaminados hasta el día de hoy todavía cubren los muelles locales. La contaminación de los leones marinos y los delfines sigue desconcertando a los científicos, y la casi extinción de los halcones y las águilas calvas muestra cómo el envenenamiento de un rincón del mundo puede afectar a todo el ecosistema.
Décadas de burocracia y problemas ambientales han desviado la atención del público. Valentine esperaba que desenterrar evidencia física del fondo marino hiciera que algo cambie. Pero las llamadas y correos a funcionarios no han tenido resultados.
El DDT es tan estable que puede tardar generaciones en descomponerse. En realidad, no se disuelve en agua, pero se almacena fácilmente en grasa. Para agravar estos problemas está lo que los científicos llaman hoy “biomagnificación”: la toxina que se acumula en los tejidos de los animales en concentraciones cada vez mayores a medida que asciende en la cadena alimentaria. Comenzaron a aparecer tumores en los peces que se alimentan del fondo como la corvina blanca. Ese mismo año, los pelícanos marrones de California, que se comen el pescado, pusieron huevos en la isla de Anacapa con productos químicos del DDT descompuesto en un promedio de 1.200 ppm. Los científicos descubrieron que los productos químicos producían cáscaras de huevo tan delgadas que los polluelos morían. Las águilas calvas también habían desaparecido de las Islas del Canal, junto con los halcones peregrinos y los pelícanos pardos.
De manera similar, los leones marinos con más de 1,000 ppm en su grasa estaban pariendo cachorros prematuramente. Los delfines nariz de botella tenían concentraciones de hasta 2,000 ppm.
Los ejecutivos de a la empresa Montrose (el fabricante y el que arrojó los tambores) defendieron agresivamente el DDT diciendo que no era una amenaza grave para la salud humana y promocionaron la reputación de la compañía de producir el mejor DDT del mundo.
En 1972, Estados Unidos finalmente prohibió el uso de DDT. Sin embargo, la demanda seguía siendo fuerte en otros países, por lo que la planta química de Los Ángeles siguió produciendo más. Montrose logró operar durante otros 10 años antes de que la fábrica finalmente cerrara.
A principios de los 80 un joven científico de la Junta Regional de Control de Calidad del Agua de California escuchó los rumores de los barriles de desechos tóxicos y llamó a Montrose. Para su sorpresa, el personal le mostró todos sus archivos. Los registros mostraron que cada mes se tiraban más de 2.000 barriles de lodo con DDT. Hicieron los cálculos: entre 1947 y 1961, hasta 767 toneladas de DDT podrían haber ido al océano. Dice; “Encontramos fotos reales de los trabajadores a las 2 de la mañana tirando, no solo tirando barriles de las barcazas en medio de la cuenca de Santa Mónica”, “pero antes de que tiraran los barriles, tomaban una gran hacha y los cortaban a propósito para que se hundan". Toda esa información terminó archivada por ahí, sin digitalizar y en gran parte olvidada.
La dilución es la solución a la contaminación, decía el refrán, pero ¿a qué precio? En 1990 la Agencia de Protección Ambiental lanzó una batalla judicial contra Montrose y varias otras compañías. Los grupos ambientalistas esperaban que la demanda, la más grande en la historia de EEUU sobre daños a los recursos naturales por vertidos químicos, sea un caso histórico en la resolución de problemas de contaminación costera.
La ciencia se cuestionó en los tribunales, se debatieron las pruebas y se cuestionó la pericia. En numerosas declaraciones, los ex trabajadores de la fábrica fueron interrogados sobre cómo operaban.
Los funcionarios de Montrose, que habían presentado contrademandas, pidieron al tribunal que excluyera la evidencia presentada sobre el vertido en el océano, argumentando que dicho vertido no era relevante. Que el gobierno, dijeron, permitió que esto sucediera.
El sitio, que se extiende a lo largo de más de 17 millas cuadradas, fue declarado como sitio de limpieza. Aproximadamente a 200 pies de profundidad, se considera uno de los sitios de peligro más complicados en los Estados Unidos. A fines de 2000, las partes negociaron: ninguna parte admitió la culpa, y los gobiernos locales pagarían más de $ 140 millones en programas de limpieza, restauración del hábitat y educación para las personas en riesgo de comer pescado contaminado. El litigio continuó hasta 2020 por otros impactos de la antigua planta y en agosto se llegó a un acuerdo de $ 56,6 millones por la contaminación del agua subterránea.
Valentine y Veronika Kivenson, estudiante de doctorado en ciencias marinas, reunieron toda la información disponible, rastrearon trabajos, imágenes, fotos, documentos, y publicaron los hallazgos el año pasado en la revista Environmental Science & Technology. Llamaron a la EPA y resulta que después de más de 20 años de reuniones y estudios de alto nivel, el sitio frente a la costa se ha convertido en un dolor de cabeza sin solución. Nadie sabe a la fecha qué hizo la EPA con esa información. Una portavoz dijo que la agencia había suspendido los esfuerzos de limitación y recopilado nuevos datos que mostraban el doble de DDT que los resultados de 2009 y que planea iniciar un nuevo estudio de viabilidad que tiene como objetivo conducir a una estrategia de limpieza final. Mientras tanto, los proyectos para restaurar los bosques locales de algas marinas, los humedales, las aves marinas y los hábitats submarinos han sido apoyados a lo largo de los años, así como actividades educativas que ayudaran a evitar que los pescadores y las comunidades vulnerables comieran pescado envenenado.
El científico marino Mark Gold, Subsecretario de política costera y oceánica del gobernador Gavin Newsom, dice ”Que la EPA diga, 25 años después, que quizás lo mejor que se puede hacer es dejar que la naturaleza siga su curso es, francamente, nada menos que nauseabundo”.
En qué momento, ¿como personas que vivimos en una sociedad, podremos decidir qué es lo que queremos poner en nuestro entorno y en nuestros cuerpos?