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Editorial del Programa ECOS del día 10 de Junio de 2010

 

Parte de sano

 

 

Tan simple como decir la verdad.
Al día siguiente, cuando volví a trabajar, las caras de mis compañeros y jefes oscilaban entre la envidia, el reproche, el desconcierto, la solidaridad. Todo lo que yo había hecho el día anterior era faltar deliberadamente, sin ninguna otra explicación que avisar que no iría porque estaba muy sano. La secretaria que recibió mi llamado a las 9:30, con el mayor respeto, me hizo repetir el motivo un par de veces. Quería constatar si había oído bien. Finalmente me preguntó si estaba bromeando. "No, nada mas serio", le respondí "hoy me levanté tan pero tan bien que decidí tomarme el día para mí. Creo que me voy a ir a mirar los árboles de Palermo y quedarme todo el día por ahí".
Fui.
Aminé sin apuro hasta encontrar un claro donde tirarme y me puse a escuchar los ruidos del silencio. Mi pensamiento iba sin destino por la libre asociación de ideas, recuerdos y elucubraciones, cuando una situación de mi infancia se instaló más acá de mi retina y estuvo a punto de arruinarme el ensueño. Recordé aquella nochecita en que llegué después de que todos habían cenado. Luego de recibir una buena paliza pude presenciar un delirante show montado en torno a lo-que-habría-podido-pasarme.
El alboroto era desproporcionado. Las causas que adjudicaban a mi demora también: me habría pisado el tren, me habría caído de la bicicleta y terminado en un hospital, me habrían raptado los gitanos, se habría roto el puente. Habían llamado a la policía y al colegio... no a casa de un compañero que vivía del otro lado de la vía. Habían olvidado que iría a hacer los deberes a su casa.
Yo pensaba: "ahora en vez de alegrarse porque no me pasó ninguna de esas cosas, y estoy lo más enterito, arman este escándalo que los confunde a todos". Por momentos, el desconcierto reinante me hacía sentir un poco ingrato. ¿Debía al menos haber sufrido algo pequeño para no defraudarlos?.
Hoy, cuando cualquiera de los que trabajamos juntos llama por teléfono y dice que faltará por algún problema de salud, hay como un código tácito de creer sin indagar, y hasta desearle que se mejore. Cuando uno inventa cualquier excusa para faltar, el clima es de "nos abandona" o "se borra" y queda cierta pesadez porque otro deberá hacerse cargo de lo que le tocaba hacer ese día al ausente. Cuando el día anterior se ocupa de dejar listo todo el trabajo del día siguiente y se concede permiso para vivir de otra manera, es común que mienta y le eche el fardo de la imposibilidad de concurrir a algún trastorno. La primera vez que me atreví a decir toda la verdad en situaciones como ésta, comprobé que un día en medio de la semana, se dejaba vivir con más libertad y menos culpa.

Revista Uno Mismo N º29, noviembre 1985