Editorial del Programa ECOS del día 9 de Noviembre de 2010
Cumbre de Nagoya: el paraíso perdido
Luego de doce días de tensas negociaciones, más de 190 países reunidos en la Cumbre de Biodiversidad en Nagoya, Japón, acordaron un nuevo plan para 2020 dirigido a proteger las especies del planeta. Pero las metas acordadas son menos exigentes y específicas de lo que pedían los expertos en conservación.
En el encuentro también se logró un acuerdo en torno a un tema clave para América Latina: cómo regular el acceso a los recursos genéticos de las plantas y el reparto de los beneficios que se obtienen de ellas.
Los países en desarrollo lograron una concesión importante: que el acuerdo cubra todo lo que se llegue a obtener a partir de sus plantas –lo que técnicamente se conoce como "derivados".
Los países industrializados y naciones como Suiza, que tienen una poderosa industria farmacéutica, querían un acuerdo mucho más limitado.
Cada palabra en estos documentos no es sólo una palabra. Para la industria estas palabras pueden significar diferencias de miles de millones de dólares.
La décima cumbre de biodiversidad de Nagoya se cerró el sábado sin alcanzar acuerdos concretos en el principal punto de conflicto durante toda la cumbre: la financiación. Las partes no fueron capaces de llegar a un acuerdo definitivo y han aplazado para la próxima cumbre, en India en 2012, el compromiso de cifras concretas.
Se ha establecido un mecanismo para que los países estipulen sus necesidades económicas para conservar la biodiversidad y acordar mecanismos y cifras concretas a partir de 2012, pero no se han acordado cantidades específicas para comenzar a trabajar.
Bajo la apariencia de consenso adoptada en Nagoya se esconde la falta de compromiso de la Comunidad Internacional, en especial de los países ricos, para adoptar medidas que afronten las causas subyacentes de la pérdida de biodiversidad. Los países ricos deberían asumir la enorme deuda ecológica que arrastran por la devastación y usurpación de recursos naturales durante siglos.
Estos acuerdos carecen de valor sin unos mecanismos de financiación que aseguren su cumplimiento. La cumbre ha sido más un ejercicio de economía que un verdadero esfuerzo para preservar la vida en el planeta, y ha supuesto una nueva oportunidad perdida para salvaguardar el futuro de la biodiversidad en la Tierra.
El acuerdo general no vinculante protegerá el 17% de las áreas terrestres y el 10% de las áreas marinas para el periodo 2011-2020.
Brasil, que cuenta con la mayor parte de la cuenca amazónica y donde vive el 10% de totas de las especies conocidas, ha sido uno de los países más interesados en llegar a este acuerdo.
Entre los casos de éxito, destaca la creación, a través de Naciones Unidas, de un órgano científico de seguimiento del estado de la biodiversidad, la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios del Ecosistema equivalente al Panel Intergubernamental para el Cambio Climático
Otro texto aprobado sobre biodiversidad y agricultura ignora la recomendación científica de establecer una moratoria sobre la liberación de Organismos Genéticamente Modificados al medio ambiente. la presión de la industria agroalimentaria de ciertos países (sobre todo EE UU y Brasil) ha sido más fuerte que la comunidad científica. “En lugar de una moratoria sólo se ha acordado tener en cuenta el principio de precaución”, informan.
La gran pregunta es si las metas acordadas en Nagoya son lo suficientemente específicas para alterar lo que para muchos es la gran tragedia: la pérdida de biodiversidad a un ritmo mil veces superior al considerado natural. Al menos un quinto de las especies del planeta están amenazadas de desaparecer. En el caso de los anfibios, la cifra es superior al 40%.
En palabras del naturalista Edward O. Wilson, "estamos dejando escapar la naturaleza de entre nuestras manos y con ello nos estamos perdiendo a nosotros mismos".