Skip to: Site menu | Main content

Editorial del Programa ECOS del día 24 de Septiembre de 2016

 

La carta-manifiesto de la Unión de Científicos por una ciencia digna rechazando el mensaje de los premios Nobel pro transgénicos

 

 

Muy buenos días, hace tiempo quería compartir con ustedes el manifiesto de La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina rechazando la carta firmada por varios Premio Nobel, a favor de los cultivos transgénicos y del arroz transgénico llamado “arroz dorado”. Es la siguiente:

La transgénesis es una tecnología que ya no forma parte del estado del arte de la ciencia actual, porque está basada en supuestos falaces y anacrónicos que reducen y simplifican la lógica científica que los defiende, al punto de no ser ya válida. Los transgénicos han quedado al margen de la ciencia más rigurosa. Al mismo tiempo, es la razón por la cual los transgénicos incluyen la necesidad de destruir las matrices complejas, como la de los pueblos originarios. Un verdadero plan de exterminio de saberes, culturas y pueblos. La tecnología transgénica es el instrumento de la decisión geopolítica para la dominación colonial de estos tiempos (1).

Sobre el aumento de la productividad para alimentar a una población creciente
Los cuatro cultivos transgénicos que se comercializan de manera masiva están mayoritariamente destinados a la producción de agrocombustibles y de piensos para las industrias avícola, porcícola y cría de ganado vacuno, actividad que consume más del 65% del maíz y la soya transgénica que se produce en los pocos países que los cultivan, una forma muy ineficiente -desde el punto de vista energético- de producción agrícola. En torno a estos cultivos se han consolidado un oligopolio de corporaciones transnacionales que controlan la producción de semillas y granos, acopio, transporte y comercialización de commodities transgénicos; así como la producción masiva de animales, que son negocios cada vez más concentrados en menos manos. En este sentido, es claro que este modelo no contribuye con el objetivo de alimentar al mundo, sino que por el contrario compite y avasalla la producción de alimentos.
Por otro lado, el problema de falta de alimentos no está relacionado con la baja producción, sino con la forma en cómo está diseñado el sistema agroalimentario mundial, que ha minado los sistemas tradicionales de producción de alimentos, y con ello, la soberanía alimentaria y nutricional de los pueblos.

Los cultivos transgénicos no tienen mayores rendimientos
Están en entredicho las promesas hechas por los promotores de los transgénicos, de que estos cultivos tendrían mayores rendimientos. Cada uno de los países del Cono Sur donde se cultiva soja transgénica tiene rendimientos diferentes, siendo los más altos aquellos que se registran en Brasil y Argentina, donde los centros de investigación agrícola nacionales han dedicado muchos años al mejoramiento genético convencional de este cultivo. Por otro lado, los rendimientos de la soja en Ecuador, país libre de transgénicos, son más altos que en Bolivia y Paraguay (2). Otro ejemplo es el de la canola o colza. En Canadá́, (donde se cultiva mayoritariamente semillas transgénica), los rendimientos promedios entre 1986 y 2010 fueron de 1,459 kg/ha. El promedio en Europa Occidental, donde se siembra sólo colza convencional, los rendimientos promedio en el mismo período fueron de 3,188 kg/ha.
Estos datos indican que los rendimientos no están en función de la transgénesis, ya que los agroecosistemas son complejos y en sus dinámicas intervienen e interactúan múltiples factores.

Impactos en la salud
Los científicos que defienden la seguridad de los transgénicos sostienen que se ha encontrado consistentemente que éstos son tan o más seguros que los cultivos obtenidos con cualquier otro método de mejoramiento; que no producen impactos ambientales y que incrementan la biodiversidad global. Pese a ser repetidamente invocadas por los promotores de los transgénicos, estas afirmaciones no cuentan con el respaldo de investigaciones científicas serias, las cuales, por otra parte, nunca son citadas.
En contraste con ello, en los últimos años han aumentado las evidencias científicas sustentadas en investigaciones realizadas por científicos independientes sobre los problemas ambientales y en la salud humana que entrañan tanto las prácticas de cultivo como el consumo de alimentos transgénicos (3).
En el análisis de los cultivos transgénicos no podemos dejar de considerar al paquete tecnológico al que vienen indisolublemente asociados estos cultivos. La mayoría de cultivos transgénicos son resistentes a herbicidas, y principalmente al cuestionado glifosato. En América Latina- -la región con mayor crecimiento del área sembrada con cultivos transgénicos-, los impactos que viven las comunidades asentadas en las zonas de influencia de estos es indudable.
En la última década, estas poblaciones han visto como su salud se ha deprimido, han aumentado notablemente los casos de cáncer, malformaciones congénitas, daños genéticos, enfermedades autoinmunes y otros daños a la salud asociados a los insumos y las prácticas que integran el paquete tecnológico con el que se siembran las semillas transgénicas. Resulta claro que para evaluar los impactos de esta tecnología es imposible analizar aisladamente a la semilla transgénica, cuya principal modificación genética es, por ejemplo, hacerla resistente a un herbicida. En el medio ambiente se ha evidenciado que los cuerpos de agua están contaminados, han declinado las poblaciones de especies polinizadoras, así como otras especies benéficas que aseguran la salud de los suelos y la
biodiversidad local.
Además, hay millones de hectáreas sembradas con semillas transgénicas que contienen un gen que les permite sintetizar la toxina Bt, un insecticida que se produce en la planta transgénica, incorporado para controlar larvas de algunas lepidópteras que comen los cultivos. Sin embargo se ha demostrado que esta toxina afecta indiscriminadamente a diversas especies de insectos diezmando la biodiversidad y que podría producir daños en la salud humana de quienes están en contacto con éstos (4).
Cada día hay mayores evidencias médicas, científicas y agronómicas que demuestran los impactos, los riesgos e incertidumbres de este modelo irracional de producción, tanto para la salud de los trabajadores rurales, campesinos y campesinas, como para los habitantes de estas zonas rurales y los consumidores de alimentos producidos con esta tecnología.

Sobre el arroz dorado
El arroz dorado ha sido diseñado, junto con otros cultivos llamados “biofortificados”, como un medicamento genérico para niños desnutridos de “países pobres”. En el arroz dorado se usó una forma de manipulación genética múltiple, que podría afectar varias funciones de la planta. Varios autores han formulado críticas a esta tecnología (5) en el arroz dorado, que además no se encuentra disponible debido a que quienes la promueven no han logrado llegar a una formulación viable para distribuir. Aquí queremos abordar otras inquietudes.
Los problemas nutricionales de la población no están relacionados con la falta de un nutriente específico (en este caso la provitamina A), sino con las condiciones generales de pobreza y la pérdida de soberanía alimentaria, lo que ha obligado a miles de comunidades campesinas a abandonar sus tierras o subordinarse a los monocultivos impuestos por los agronegocios – cuya única prioridad es satisfacer las necesidades voraces de incrementar las ganancias de la agricultura agroindustrial y de la agroexportación- restando terreno a la producción de alimentos sanos y nutritivos. Creer que los problemas de desnutrición se van a superar con alimentos transgénicos biofortificados, es ignorar esta realidad.
Para suplir la demanda de arroz dorado, se tendrían que incorporar millones de hectáreas adicionales de tierras en zonas tropicales y subtropicales al cultivo del “arroz dorado”, avanzando sobre territorios que hoy están destinados a la producción de cultivos para la soberanía alimentaria, que pasarían a sufrir los problemas típicos asociados a la siembra de grandes monocultivos. Además, centenas de especies de plantas contienen pro-vitamina A, que desde hace mucho tiempo son conocidas, recolectadas y/o cultivadas por comunidades campesinas en todo el mundo. Cada pueblo puede y debe soberanamente seleccionar que especies va a consumir, de acuerdo a sus complejos conocimientos, preferencias y tradiciones, para cubrir las necesidades nutricionales.
Cabe entonces preguntarnos: ¿quién se beneficiaría si se impusiera esta nueva gran demanda de arroz dorado? Como otros cultivos transgénicos, el arroz dorado estará también controlado por las grandes empresas de agronegocios. El “esquema nutricional” basado en el arroz dorado implicará la presencia empresarial en toda la cadena, desde la semilla hasta su distribución final. Empezando por la semilla; dado que la tendencia global es prohibir que los campesinos guarden sus semillas, aunque el arroz
dorado fuera distribuido sin cobrar patentes, esta sería controlada corporativamente, que a cambio podría demandar protección de su propiedad intelectual en todos los otros cultivos y variedades, como ya lo ha hecho en países donde las regulaciones no se la garantizan. ¿Qué pasaría entonces con los productores de arroz tradicional y con las miles de variedades de arroz criollo y tradicional?
En cuanto a la comercialización, en muchos países, los productores de arroz no tienen ninguna influencia en la fijación de precios. El precio es fijado por los grupos de poder local que controlan la transformación y distribución de este alimento; y a nivel internacional, el precio se establece en las bolsas de Bangkok y Chicago. Por consiguiente, el arroz dorado no generará soberanía alimentaria sino que, por el contrario incrementará la dependencia.
Se alentará el comercio internacional de arroz dorado, que estará controlado por los mismos grupos económicos que controlan otras commodities transgénicas.
Todo el dinero que se invertiría en la promoción e implementación de cultivos de “arroz dorado” en el mundo, en la importación de sus semillas o del mismo arroz, podría ser usado en la promoción de cultivos diversificados destinados a promover y consolidar la soberanía alimentaria y nutricional local y regional, así como en la recuperación y adopción de hábitos alimentarios saludables.

¿Es el criterio de un Premio Nobel irrefutable?
La ciencia que promueven estos premios Nobel se ha desarrollado en un contexto en el que hegemoniza una tecnociencia reduccionista, que se desarrolla sin el debido control social, cuyos impactos contribuyen a crear problemas ambientales y de salud, con alcances muchas veces catastróficos e irreversibles.
Aunque formalmente el premio Nobel tiene como objetivo reconocer y recompensar a personas que han realizado investigaciones sobresalientes, inventado técnicas o equipamiento revolucionario, o hayan hecho contribuciones notables a la sociedad, en las áreas de la medicina y fisiología (al igual que en otros campos), lo que ha apoyado finalmente es un tipo de investigación científica que ha facilitado un mayor control por parte de las empresas transnacionales de los procesos productivos, la privatización del conocimiento y de la vida. En el campo de las biotecnologías, a lo largo de los años este tipo de reconocimiento premió a olas de innovaciones científicas que condujeron al desarrollo de la ingeniería genética, en desmedro de tecnologías de aplicación más amplia y no controladas por oligopolios transnacionales. Varios de ellos son signatarios de la carta. Sus actividades han sido claves para desarrollar la industria biotecnológica bajo control de oligopolios corporativos e incluso varios tienen aún en el presente intereses comerciales en el tema,
sea por empresas en las que participan o por la financiación de sus investigaciones. Por ejemplo, uno de los promotores de esta carta, Phillip A. Sharp, es cofundador de Biogen Inc. (ahora Biogen Idec) y de Alnylam Pharmaceuticals, Inc. (una empresa farmacéutica que desarrolla fármacos basados en el ARNi), lo cual muestra claramente este conflicto de intereses al presentar la carta con intereses altruistas.
Esta no es la primera declaración emitida por ganadores del premio Nobel defendiendo los transgénicos. Hace algunos años, una declaración similar fue promovida por Norman Borlaug, padre de la Revolución Verde (Premio Nobel 1970), quien vio en la biotecnología agrícola una segunda Revolución Verde, sin hacer ningún análisis crítico de los impactos causados por la primera.
Anteriormente, el premio Nobel de Fisiología y Medicina fue otorgado a Paul Hermann Müller, por el descubrimiento del DDT como un veneno de contacto de alta eficiencia contra muchos artrópodos. Irónicamente, los dramáticos efectos del DDT en el medio ambiente y en la salud humana significaron el inicio del trabajo científico y ciudadano contra los pesticidas, una lucha que todavía continuamos.
Ahora los firmantes de esta carta en defensa de los transgénicos y el arroz dorado privilegian el paradigma de las corporaciones de que la uniformidad genética es lo que conviene para elevar la producción. Esto particularmente grave porque sabemos que la diversidad genética de las variedades agrícolas es indispensable para enfrentar problemas como el hambre y es la única alternativa frente al cambio climático.
Nos preguntamos por todo esto, si la opinión de científicos laureados por el premio Nobel necesariamente es una opinión irrefutable, neutral y objetiva. Estos antecedentes y la falta de rigurosidad y argumentos fundados de esta carta muestran que no es así.

———

Como UCCSN-AL creemos que en el proceso de toma de decisiones sobre la adopción de tecnologías, como las que hacen posible los cultivos transgénicos, y otras que están surgiendo (por ej. nanotecnología, biología sintética y geoingeniería), no sólo deben participar los llamados “científicos de ciencias exactas”, sino que deben incorporar además la opinión de otros campos del saber, así como la opinión de movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil, y representantes legítimos
de los diferentes grupos sociales, pues el conocimiento científico y tecnológico es siempre parte de un proceso social, atravesado por tensiones, conflictos e intereses. Este nunca es neutral, absoluto ni
definitivo, puesto que siempre es susceptible a cambios y revisiones, por lo que está sujeto permanentemente al debate.
Por eso manifestamos que el quehacer científico debe desarrollarse de una manera éticamente responsable y con un claro compromiso con la sociedad y la naturaleza, lo que nos lleva a rechazar los conceptos vertidos en la carta y a denunciar el papel ecocida y genocida de la agricultura industrial de cultivos transgénicos, destacando la necesidad de defender, promover, y multiplicar los modos de producción de alimentos culturalmente construidos por los pueblos de nuestra región, y por ello insustituibles a
la hora de garantizar la autonomía, la sustentabilidad ambiental, la seguridad y la soberanía alimentaria.

1 http://uccsnal.org/documento-constitutivo-de-la-union-de-cientificos-comprometidos-con-la-sociedad-y-la-naturaleza-de-america-latina/

2 IICA. Indicadores 2012

3 Tenemos por ejemplo los estudios hechos por equipos de investigación de la Universidad Federal de Santa Catarina y Fiocruz en Brasil; Genok en Noruega, las facultades de Ciencias Médicas en Rosario y en la Universidad de La Plata, en Argentina; la Universidad de Milán, en Italia; y la Universidad de Caen, en Francia, por mencionar solo unos pocos.

4 Ver por ejemplo Vazquez et al. (2000). Brazilian Journal of Medical and Biological Research 33: 147–155. Finamore, et al. (2008). “Intestinal and Peripheral Immune Response to MON810 Maize Ingestion in Weaning and Old Mice,” J. Agric. Food Chem. 56 (23): 11533–11539.

5 Ver por ejemplo Stone y Glover (2016). Agric Hum Values. DOI 10.1007/s10460-016-9696-1