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Editorial del Programa ECOS del día 1 de Octubre de 2016

 

Una historia demasiado humana

 

Historia número uno:

Había una vez un pueblo. Un pequeño pueblo.
Y en ese pueblo había un zapatero. El zapatero del pequeño pueblo le compraba el cuero al ganadero, y luego de varios días de trabajo, ponía en su vidriera las botas nuevas en exhibición.
En ese pueblo también había un panadero, que le compraba la harina al molinero y disfrutaba mucho viendo el trigal, mientras esperaba que le muelan el grano. Volvía con sus bolsas y preparaba antes que salga el sol, dorados panes que la gente compraba en su panadería.
El ladrillero levantaba la capa rojiza de la tierra y la amasaba como para hacer un pastel, pero en vez de pastel salían ladrillos y tejas con los que las gentes hacían sus casas.
Pero un día llegó la revolución industrial, todo se aceleró, y se abrieron las grandes procesadoras de materia que necesitaban muchos hombres y mujeres atendiendo cada una de las etapas de la línea de producción. Esos hombres y mujeres perdieron de vista para qué era que estaban ajustando esa tuerca o alisando una tela. Perdieron de vista el inicio y el fin del trabajo. El Homo laborens fue despojado de su inherente capacidad de trabajar y ver el producto de su trabajo. Un tal Carlos habló mucho del tema allá por mediados del 1800, lo llamó alienación y demostró cómo las sociedades industriales le arrancaron al hombre una de las características que lo hacían hombre. Lo hicieron un poquito menos hombre.

 

 

Historia número dos:


Un siglo después, un brillante escritor de ciencia ficción imaginó el Imperio Galáctico. En su centro virtual, Trántor, el planeta capital que organizaba, administraba y gestionaba todo el comercio, el intercambio, las guerras y felicidades entre los miles de planetas que componían el Imperio Galáctico. Trántor era un planeta-ciudad, esto es: un planeta completamente cubierto de ciudad. Todo cuanto se necesitaba para sobrevivir allí se traía de otro lado, porque ya en Trántor no había ni un centímetro cuadrado de tierrita. Y había que traer el aire, el agua, la comida, todo, en suma, de otros planetas proveedores. Y Trántor era, por ello, terriblemente vulnerable: una sola variable que fallase, o que le fuera cortado su abastecimiento (el aire, por ejemplo) derrumbaba todo el sistema.

 

 

Historia número tres:

Imagine lo siguiente: se encuentra en medio de una mega ciudad. Tiene sed. Pero no hay agua a la venta. Las canillas están secas. Y la energía está cortada. Como en esas películas distópicas en las cuales las ciudades colapsan.
Y usted tiene sed. ¿Qué hace? ¿Sabría qué hacer?
El zapatero de nuestra primera historia caminaría hasta el río y bebería. Usted no tiene un río al cual ir a beber. O tal vez, accionaría la bomba de agua manual, la que sube y baja haciendo buenos bíceps en el proceso. Pero usted tampoco tiene bomba, y si tuviese pozo, sería muy profundo debido a la contaminación, y el agua sale con una bomba eléctrica. Y no tiene energía para encenderla.
Pronto tendrá hambre y no sabrá de dónde obtener comida. La corbata le molestará, el celular no funciona… y cae en la cuenta que ya no sólo le habían quitado al hombrecito del siglo 18 su característica humana de Homo laborens (aquel que puede ver el sentido final de su trabajo) sino que le han quitado ahora a usted el sentido de la mínima supervivencia. Usted ya perdió la capacidad de saber cómo obtener agua o comida en medio de una ciudad apagada.

 

Este tipo de civilización nos ha venido “podando”, alienando, quitando partecitas de nuestra característica de humanos.
Hasta dónde seguirá? Qué es lo siguiente que vamos a perder?
Y esto ya no es ciencia ficción como en Trántor.