Editorial del Programa ECOS del día 26 de Mayo de 2018
Damnatio memoriae: borrar el pasado para que no se den cuenta de lo malo que es incinerar
En el diario Página 12 salía hace poco una nota de Carlos Rodríguez referida al increíble retroceso que se produjo en la ciudad Autónoma de Buenos Aires, al derogar la ley basura cero que prohibía la incineración.
Lo más bochornoso, fue que del sitio Web de la Ciudad eliminaron igualito que, en el libro de 1984, los textos que rechazaban la quema de residuos por tóxica. Así nomás, hecha la ley nueva, borrada la memoria.
En 1984 el personaje trabaja en el Ministerio de la Paz, que se ocupa de borrar todo vestigio de cosas que vayan a contradecir las disposiciones del día. Así, nunca quedaba nada en conflicto ante un público embrutecido por las carestías y las propagandas.
No, estoy hablando del libro de Orwell, no de nuestro día a día…
Allí, por ejemplo, si se reducía la ración de chocolate per cápita de 100 gramos a 50, se borraba todo documento que dijera que antes comían 100 gr. y en vez de salir a decir que ahora la gente iba a consumir la mitad, de 100 a 50gr, se salía con una campaña que decía: ¡ahora podemos comer más chocolate! ¡Subieron la ración a 50 gramos!
Claro, si usted se preguntaba: pero … ¿cómo, si hasta ayer comíamos 100? E iba a buscar referencias de esos deliciosos 100 gr., no había nada. Porque habían destruido todo vestigio de que alguna vez usted haya comido 100gr.
En ese territorio resbaladizo de la desmemoria provocada, las autoridades campan a sus anchas.
En la antigua Roma, y hasta en la Venecia medieval, si algún personaje era descubierto haciendo tropelías, un emperador, por ejemplo, que se pasó de la raya en asesinatos, razzias y robos, como Domiciano, por ejemplo, al morir se le declaraba la damnatio memoriae, se borraba su nombre de todos los documentos y su rostro de las monedas, y su figura de las pinturas, porque se creía que no había nada peor que haber pasado y que nadie lo recuerde ni bien ni mal. Se borraba su paso por el mundo.
En este caso de la Ciudad de Buenos Aires, durante años, la Ley Basura Cero prohibía incinerar basura, y promovía entusiastamente la separación en origen, los puntos limpios, el reciclado, el amparo a las cooperativas de cartoneros, y la recuperación a los sistemas productivos, de montones de materiales valiosísimos, como aluminio, vidrio, papel, etc.
El Ministerio de Ambiente y Espacio Público promocionaba la Ciudad Verde y rechazaba la incineración de basura no para poder recuperar materiales recontra valiosos de modo que no haya que irlos a buscar a la minería o a los bosques, sino porque – decían en sus documentos en la Web “emite miles de sustancias tóxicas y cancerígenas”. Agregaba que como Argentina es signataria del Convenio de Estocolmo, debía evitar la incineración para no emitir dioxinas y sustancias peligrosas quemando la basura, porque, afirmaba, por más filtro que le ponga, no hay tecnologías que logren evitar la emisión de tóxicos al ambiente.
Bueno, durante estos años de vigencia de esta ley, las empresas que venden hornos hicieron varias cosas: cambiarle el nombre a sus hornos para que no se note que son los mismos con alguna etiqueta diferente, y presionar hasta el agobio para que se elimine esa ley.
Por su parte, otros empresarios amigos de matar la ley presionaban haciendo fuertes campañas diciendo que ya no hay donde meter la basura, y sutiles o descarados accionares para que fracasen los programas de reciclado.
Hace un par de semanas, la legislatura porteña eliminó la prohibición de la incineración, igualito, exactamente igual que Orwell lo muestra en su magnífico libro, la página oficial de la Ciudad adonde decían que ahí no se incineraba por peligrosa, emisora de sustancias tóxicas, imposibilidad de controlar los efluentes y cumplimiento del Convenio de Estocolmo, fue borrada.
Ya no está más.
Se ha decretado formalmente, la medieval Damnatio memoriae para los peligros de la incineración.