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Editorial del Programa ECOS del día 2 de Mayo de 2020

 

Satélites espías que se vienen abajo con su reactorcito nuclear a bordo

 

 

Jorge Munnshe, en Clío: Revista de historia, publicó una nota que quería compartir con ustedes, sobre accidentes nucleares en vuelos espaciales.
“En 2018, se cumplieron 40 años de la caída a la Tierra del satélite Kosmos 954, equipado con un reactor nuclear que liberó radiactividad en la región del impacto. El suceso suscitó mucha alarma social, marcó el inicio de una etapa de mayor rechazo popular al uso de energía nuclear en vehículos espaciales y promovió el planteamiento de reformas legales internacionales para reducir el peligro de contaminación radiactiva por caída de nave espacial.
El miedo de la sociedad a los nocivos efectos de la radiactividad liberada por un accidente en una central nuclear ha sido históricamente proporcional a la cercanía de esta. En el caso de un vehículo espacial, capaz en principio de sobrevolar puntos de la Tierra muy alejados entre sí, e incluso de acabar pasando tarde o temprano por casi cada región poblada si es un satélite diseñado para tal fin, este miedo ha dependido mucho menos de la geografía.
La era nuclear, iniciada casi al mismo tiempo que la era espacial, hizo posible suministrar a bordo de algunas de aquellas primeras naves la copiosa energía que necesitaban sus rudimentarios sistemas electrónicos. Las limitaciones en el peso de todo lo que se envía al espacio descartaban el uso de casi todas las fuentes tradicionales de energía. Los paneles solares resultaron ser un buen recurso energético para muchas naves. Sin embargo, las que debían viajar a lugares mucho más distantes del Sol que la Tierra, o las que, pese a no alejarse tenían necesidades energéticas muy grandes, difíciles de satisfacer solo con energía solar, encontraron en la nuclear la solución.
Una clase de generadores que empezó a utilizarse consiste, a grandes rasgos, en material radiactivo encerrado dentro de un contenedor. Este impide que la radiactividad salga fuera pero sí permite aprovechar el calor generado por la desintegración natural de dicho material. Ese calor se puede emplear directamente como calefacción para todo aquello del interior de la nave que necesite protegerse del frío espacial. O también para generar electricidad destinada a la electrónica de a bordo. Esos generadores son bastantes simples, ya que no ejercen acción alguna en el material radiactivo, más allá de mantenerlo confinado y recoger su calor.
Sin embargo, la energía suministrable por esos generadores resultaba insuficiente para algunas naves, incluyendo satélites-espía usados en la Guerra Fría. Para tales vehículos, la Unión Soviética y Estados Unidos desarrollaron y pusieron en servicio minirreactores de fisión nuclear instalables a bordo y preparados para operar en el espacio durante periodos bastante largos.
Un satélite en una órbita más bien baja, como las ideales para espiar, está sometido a fuerzas que tienden a desacelerarlo y a hacerle perder altitud peligrosamente. Para contrarrestar estos efectos, debe ejecutar periódicamente maniobras que consumen combustible. Cuando este se agota, pasa poco tiempo antes de que el satélite caiga a la Tierra; un tiempo insuficiente para que el material radiactivo haya dejado de serlo en la medida adecuada como para no resultar ya peligroso. La caída acarrea atravesar la atmósfera a una velocidad tan grande que el roce del aire contra la nave puede destrozarla.
En el caso de los generadores simples que tan solo albergan material radiactivo que emite calor, se optó por acorazarlos a fin de que soportasen la caída sin liberar al medio ambiente su nocivo cargamento. Sin embargo, esta solución no era viable para los reactores nucleares, mucho más grandes y pesados. Para estos, se optó por conservar algo de combustible y, una vez completada la misión de la nave, usarlo en el envío de esta (o de la parte que aloja al reactor) a una órbita mucho más alta. Allá arriba, las citadas fuerzas que tienden a hacer caer a un satélite son más débiles y el proceso puede tardar siglos, tiempo suficiente para que el nivel de radiactividad haya descendido hasta valores tolerables.

La caída del Kosmos 954
Lanzado al espacio en septiembre de 1977 por la Unión Soviética, el Kosmos 954 tenía como uno de sus objetivos principales espiar en diversas partes del mundo la actividad de portaaviones estadounidenses. Sin embargo, se averió gravemente, sin posibilidad de situar al reactor en una órbita alta.
Pese al secretismo imperante por parte soviética, el problema fue conocido muy pronto por las autoridades de Estados Unidos, la otra superpotencia. Sus ultrasensibles radares militares para vigilancia orbital captaron la disminución alarmante de su altitud de vuelo y a principios de enero de 1978 los especialistas estadounidenses ya tenían claro, al igual que sus homólogos soviéticos, que el satélite, con reactor incluido, se estrellaría antes de que acabase el mes.
Se predijo con acierto que la fecha exacta sería el día 24, pero no estaba claro en cuál de los lugares sobrevolados caería liberando allí productos radiactivos.
El 12 de enero, Jimmy Carter, presidente de Estados Unidos, notificó personalmente a la Unión Soviética que las autoridades estadounidenses conocían el problema y ofreció ayuda para intentar calcular dónde caería y así tener la oportunidad de evacuar la zona si estaba poblada. El 17 y el 18 de enero, se avisó del peligro que corría el mundo a los gobiernos de algunas naciones con capacidad de rastrear la trayectoria del satélite. Estos aunaron así esfuerzos con Estados Unidos y la Unión Soviética para predecir dónde caería el Kosmos 954.
No se advirtió al público del inminente accidente nuclear a fin de evitar el pánico descontrolado. Aunque, tal como recalcaron las autoridades soviéticas, no había peligro alguno de explosión nuclear, la contaminación radiactiva de alguna de las zonas habitadas del mundo sobrevoladas por el satélite era amenaza suficiente para provocar situaciones de histeria y agitación social.
Finalmente, la caída tuvo por escenario una zona escasamente poblada del norte de Canadá, aunque tan extensa como la ocupada por Austria. Por ella se esparcieron los restos del satélite, destrozado por el roce atmosférico.
Sin víctimas mortales ni la necesidad de evacuar gente de áreas urbanas densamente pobladas, se minimizó notablemente el alcance humano de la catástrofe.
Pocos minutos después de que el satélite entrase en el espacio aéreo de Canadá, Jimmy Carter se lo comunicó a Pierre Trudeau, primer ministro del país afectado.
En los meses que siguieron, se llevó a cabo una extensa operación de búsqueda y recolección de fragmentos del satélite. Por ser la nación propietaria del vehículo, se le cargó a la Unión Soviética el coste de esta limpieza. El suceso planteó la necesidad de una legislación internacional más estricta en cuestiones de seguridad para el uso de energía nuclear en el espacio.

Otros accidentes
La caída del Kosmos 954 no fue el único accidente de vehículo espacial con energía nuclear, aunque sí el más grave en términos de problemas para seres humanos. En 1983, al Kosmos 1402 le ocurrió algo parecido, pero al caer en el mar no suscitó la alarma social ni el eco mediático de su predecesor.
Otros casos han pasado aún más desapercibidos. En 1973, el lanzamiento fallido de otro satélite soviético con reactor nuclear terminó con este hundiéndose en el océano. El reactor del satélite estadounidense SNAPSHOT, lanzado al espacio en 1965, dejó de funcionar antes de lo previsto y años después se detectó el desprendimiento de fragmentos desde un componente del vehículo.
En cuanto a los generadores que no son reactores, desde los años 60 han protagonizado varios accidentes con liberación ocasional de material radiactivo pero dispersado de manera que no hubo zonas de alto riesgo. La mayoría de las veces, el material ha permanecido aislado tras el accidente”.
Como sea, adonde sea, y cuándo sea, la energía nuclear nunca es una buena opción