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Editorial del Programa ECOS del día 8 de Agosto de 2020

 

De cómo las corporaciones se meten en nuestros países sin llamar

 

 

Muchas veces, al dar una charla sobre alimentos o sistema agrícola químico, me mencionan el proceso de aprobación de los transgénicos en Argentina. E invariablemente la gente cree que Monsanto golpeó la puerta, entregó sus semillas al gobierno argentino, y le dijo: revisen si está todo bien, hagan los experimentos, denle de comer estas semillas a ratas o conejos, esperen varios años a ver qué les pasa, y si todo está bien, me llaman y empiezo a vender esta soja transgénica en Argentina.
Pero no. No fue así.
Un muy buen colega, Darío Aranda, se puso a seguir el camino de este expediente aquél nefasto día de 1996.
Cuenta Darío que el método argentino es poco transparente, incompleto, desoye los convenios internacionales, vulnera las leyes ambientales y viola los derechos de los pueblos indígenas. Todo esto no sólo lo dice Darío, sino el hermoso trabajo de investigación que hizo la Auditoria General de la Nación, confirmando que el Estado argentino aprobó los transgénicos en base a estudios de las mismas empresas que los venden (el Estado no realiza análisis propios), no tuvo en cuenta los impactos sociales y ambientales, poniendo en riesgo la biodiversidad. Hoy, en Argentina ya tenemos campando 60 diferentes transgénicos sobre 30 millones de hectáreas de la mano de, entre otras, Syngenta, Bayer-Monsanto, Bioceres/Indear, Dow Agroscience, Tecnoplant, Pioneer y Nidera.
El informe de la Auditoría se llama “Recursos genéticos y organismos genéticamente modificados”, tiene más de 200 páginas y dice que “Argentina no cuenta con un marco de referencia teórico-metodológico para garantizar el uso seguro y sustentable de los OGM”. Por eso, concluye que vulnera el principio precautorio que establece la Ley General del Ambiente y, a nivel internacional, el Protocolo de Cartagena, que es el tratado que regula los organismos genéticamente modificados.
El trabajo recuerda que la Dirección de Biotecnología le dio a la Auditoría general de la Nación para que haga su informe, borradores ambiguos sobre cómo fue el proceso de autorización de los transgénicos. Y que ni siquiera esa Dirección tiene un manual de procedimientos para hacer evaluaciones de las corporaciones que presentan semillas transgénicas.
Porque es así: los funcionarios argentinos aprueban sin mirar lo que las empresas dicen en los papeles que presentan.
Y no es solo la seguridad de la semilla. Tristemente hemos comprobado en estos 25 años, que todo ello arrastra desmontes, éxodo rural, pérdida de biodiversidad, agrotóxicos, empobrecimiento de suelos. Nada de eso se analiza además de la semilla en sí misma.
¿Esa aprobación a ciegas, ha sido ignorancia o complicidad? ¿Se puede esperar objetividad por una Conabia formada por cámaras empresarias y los científicos de las empresas?
La AGN cuestiona que ni siquiera se sabe qué dependencias del Senasa (Servicio de Sanidad Agroalimetaria) y del Inase (Instituto Nacional de Semillas) deben controlar la experimentación de transgénicos, ni qué buscar, qué evaluar.
El informe también encontró que los transgénicos se aprueban en base a estudios de las mismas empresas, pero ni siquiera pruebas experimentales en laboratorio, sino sólo documentos bibliográficos.
Y como si esto fuera poco, la Auditoría General de la Nación denuncia que el quórum en la Conabia se obtiene con sólo cinco integrantes presentes. Cinco personas decidiendo qué nueva semilla va a invadir el país. Y nunca más su impacto va ser evaluado. Nunca un monitoreo de los impactos de los organismos genéticamente modificados luego de su liberación comercial.
Además, se incumplen los tratados internacionales (el Protocolos de Cartagena que mencionamos antes y el Protocolo de Nagoya Kuala Lumpur) pese a la enorme importancia que tienen las actividades con transgénicos en el país.
Así que, amigos, cuando en las charlas preguntan cómo salieron los estudios previos a la liberación de los transgénicos: lo siento. No hubo. Entró como por un tubo, sin que nadie –literalmente nadie- haga un miserable experimento o se lo de comer a una rata para ver qué pasa. Y menos, el compañero del combo: el glifosato, que entró de la mano de la soja, como si el guardia de la puerta estuviese dormido. ¿Estaba dormido? ¿O prolijamente alguien le puso una venda en los ojos?