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Editorial del Programa ECOS del día 20 de Marzo de 2021

 

¿Una ley que da permiso para reparar las cosas?

 

 

Santiago Alba Rico publicó en el diario El país de España, una nota que comienza diciendo que “Europa aprueba el 'derecho a reparar' y exigirá a los fabricantes ofrecer un etiquetado "claro y visible" sobre la reparabilidad de sus productos”. ¿No es fantástico? el Parlamento Europeo lo ha aprobado con 395 votos a favor, 94 en contra y 207 abstenciones.
Es el derecho a reparar los productos que compramos, y a que se informe correctamente de esa posibilidad, y evitar la publicidad engañosa.
¿No le ha pasado que se le rompa la impresora y no sepa por qué? Y que sea un pequeño dispositivo puesto adentro para evitar que supere, por ejemplo, ¿las diez mil impresiones? No lo invento, vea el documental “Comprar, tirar, comprar”. Está en youtube, y es apasionante.
Ahora, ¿una ley para el «derecho a reparar»? ¿No teníamos derecho a zurcir las medias o atar con alambre lo que se haya aflojado?
¿Hay que reconocer desde el poder legislativo esa ancestral tarea humana de reparar lo que se nos rompe? Dice mi colega, algo así como una ley para concedernos «el derecho a cosernos un botón».
Esta ley apuesta a limitar los productos de «usar y tirar», obligando a los fabricantes a asegurar la reparabilidad de los dispositivos electrónicos o, al menos, a informar sobre su vida útil.
Es una ley que nos revela, de golpe, la mansedumbre con que nos habíamos dejado robar durante décadas.
¿Es que en Europa estaba prohibido reparar un lavarropas? No de manera formal, pero sí era imposible hallar quien lo repare, encontrar las piezas de sustitución, con una obsolescencia programada que fabrica bombas de tiempo sincronizadas para autodestruirse. Y con el mensaje enorme y desbordante de que «no vale la pena arreglarlo».
Pero más allá del pataleo por el derecho a poder arreglar las cosas, cada nuevo aparato que compramos porque “el anterior no funciona más” implica energía, materiales, agua, huella de carbono… no es solamente el aparato en sí, sino todo lo que tomamos de la naturaleza y toda la energía que usamos para su fabricación, más toda la huella de carbono que ha producido en ese camino. Y… los desechos contaminantes que se han eliminado…
Dice el colega que el 90% de lo que se fabrica hoy dentro de seis meses ha ido a parar a la basura. Es una verdadera locura.
La sobreproducción y renovación ininterrumpida generó una «sociedad sin cosas»: la primera sociedad sin cosas de la historia. Todo es tan rápido y lo desechamos tan velozmente que vemos pasar las mercancías efímeras, sin ponerle sentido, sino solo utilidad.
Yo pienso en el costurero de la familia, en la silla del tío que conservo y que tiene más de cien años… en la sartén de hierro de la abuela. Cosas con historia, con afectos, que han servido y aún sirven.
Sólo las cosas que podemos reparar son «nuestras», se parecen a nosotros, con las que tenemos una relación duradera, nos constituyen en sujetos de una biografía. El mercado vende nada a nadie;
El derecho a reparar, el derecho a usar, el derecho a mantener relaciones con objetos y no con mercancías nos restituye el espacio real, donde hay un cuerpo, donde hay placer, belleza
Vivimos en un mundo tan despiadadamente consumista que nos obliga a reivindicar, como si fuese un gran progreso civilizatorio, el derecho a usar nuestro lavarropas y nuestras sillas, y que puedan a su vez ser usados por nuestros hijos.