Editorial del Programa ECOS del día 3 de Diciembre de 2022
Desobediencia civil basada en la ciencia
Hoy quiero compartirles una nota del amigo Fernando Valladares de España, recordarán, Doctor en Ciencias Biológicas, con premios extraordinarios de licenciatura y doctorado, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, donde dirige el grupo de Ecologia y Cambio Global. Dirige también el laboratorio internacional de Cambio Global LINCGlobal y el Master Universitario de Cambio Global de la Universidad Internacional Menendez Pelayo, en fin, que es uno de los científicos de todo el mundo más citado en el área de Ecología y Medio Ambiente. Digo todo esto, porque el sitio The Conversation ha publicado un artículo de Fernando, del cual quiero leerles unos párrafos:
Las cumbres del clima comparten dos importantes características con la desobediencia civil no violenta: ambas son tan imprescindibles como insuficientes. También son incómodas, pero en eso gana, y por mucha diferencia, la desobediencia.
Lo que sí es una notable diferencia entre ambas es el caso que hacen a la ciencia: las cumbres del clima trabajan sobre la evidencia científica del cambio climático y sus impactos, sin avanzar apenas en las recomendaciones científicas. Pero quienes participan en los actos de desobediencia civil se toman realmente en serio las advertencias de la ciencia.
La modesta ambición de los acuerdos climáticos que año tras año se alcanzan en las cumbres del clima revela la complejidad de lograr acuerdos globales y, especialmente, que los representantes de cada país tienen otras prioridades a la hora de negociar su compromiso de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero.
No solo las emisiones aumentan, cuando deberían disminuir, sino que los gobiernos no dejan de subsidiar todos los combustibles fósiles, incluyendo el más sucio, el carbón, que en 2022 ha protagonizado un terrible renacimiento.
El objetivo del activismo se ha alcanzado: incomodar
Tras el parón forzoso de la covid-19, y ante la escasa atención política a la crisis climática, han aumentado las manifestaciones ciudadanas, agrupando numerosos colectivos.
Ante la cumbre número 27 del clima numerosos ciudadanos, incluyendo activistas, científicos y teólogos han participado en actos de desobediencia que han logrado uno de sus objetivos: incomodar.
Muchas de estas acciones han llamado la atención internacional sin provocar ningún daño. Entre ellas, tirar sopa de tomate al cristal que protege un cuadro famoso, lanzar una tarta a una figura de cera de Carlos III. Hemos escuchado voces airadas y muchas quejas. ¿Quién se queja de las protestas?
¿Acaso se quejan los ciudadanos de Sierra Leona, o los últimos habitantes que quedan de las islas Tuvalu y tantas otras engullidas por la subida del nivel del mar? ¿Hay algún migrante climático o alguien que ha perdido su casa en un incendio? ¿Le ha parecido mal alguna de estas acciones a los familiares de esos 5000 españoles que perdieron la vida como consecuencia de las olas de calor del verano de 2022?
Estos actos que acaparan titulares, se planean con sumo detalle para no generar daños irreparables a las obras, y cuentan con la asesoría de abogados y juristas voluntarios para que la acción no afecte los marcos legales de cada país. En estos actos también participan científicos y otros segmentos muy variados de la sociedad.
Científicos de más de 40 países, agrupados en movimientos como Scientist Rebellion (Rebelión Científica), han decidido no dejar solos a los millones de activistas de todo el mundo que se apoyan en la ciencia para forzar un cambio profundo en nuestro sistema socioeconómico, un cambio que permita atajar el cambio climático.
Muchos cristianos se manifiestan por el clima, inspirados por la encíclica Laudato Si del papa Francisco, un documento basado en la evidencia científica y que exhorta a proteger el planeta en el que vivimos.
El número de movimientos de protesta se ha triplicado desde 2006
En los últimos años se ha producido un crecimiento espectacular de los movimientos sociales que manifiestan su disconformidad, el número de movimientos de protesta se triplicó entre 2006 y 2020.
Pakistan ha contribuido con menos de 1 % a la emisión de gases de efecto invernadero, tiene un tercio de su país bajo el agua tras sufrir las avalanchas históricas de unos glaciares que se funden a marchas forzadas, generando una tremenda cascada de impactos que evidencian una dramática injusticia climática.
El 1 % de los que viajan en avión (los que viajan en jets particulares) son responsables de 50 % de las emisiones del sector aeronáutico. Los mismos jets privados de los mandatarios y figuras importantes que viajan a las grandes, costosas y paradójicas cumbres del clima.
La número 21, que se celebró en París en 2015, fue especialmente importante porque en ella se estableció que no debíamos rebasar una temperatura superior a 1,5 C de calentamiento sobre la era preindustrial en el conocido Acuerdo de París.
El problema con el Acuerdo de París de la COP 21 es que en lo único que nos hemos puesto realmente de acuerdo es en incumplirlo. Las emisiones que tenían que ir bajando no paran de subir, aumentando lo que se conoce como “brecha de emisiones”, la dolorosa y peligrosa distancia entre donde deberíamos estar y donde estamos en términos de emisiones de gases de efecto invernadero.
Por este cúmulo de circunstancias y resultados las cumbres del clima son a todas luces insuficientes. También por todo esto la desobediencia civil es angustiosamente imprescindible. Perdonen las molestias.
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