Editorial del Programa ECOS del día 31 de Agosto de 2024
Mozo, tráigame un vaso de agua
Un día, estaba pidiendo una comidita en un restaurante de aquí de Mar del Plata, y pedí un vaso de agua de la canilla –vale aclarar que el agua de esta ciudad es de alta calidad- para no comprar una botella de plástico con agua. La moza se me quedó mirando y fue “a consultar”. Un rato más tarde reapareció para informarme que no tenían “autorización” para traerme un vaso con agua.
Eso pasó hace ya como diez años. En aquel momento, con BIOS nos presentamos en el Concejo Deliberante con un proyecto de ordenanza que contaba que unos 6,5 millones de toneladas de plástico cada año llegan al mar. Pensemos en la isla de plástico del Pacífico y el ignoto volumen de plástico hundido o hecho partículas en las profundidades. Y que, campañas de selección de residuos han develado que proviene especialmente de las botellas de agua desechables. Solamente con agua para beber se embotellan anualmente doscientos mil millones de litros de agua. 20 mil millones de litros de petróleo crudo son necesarios para la producción solamente de las botellas de agua.
Les recordamos que Mar del Plata posee un agua subterránea distribuida por OSSE de altísima calidad y que el servicio alcanza prácticamente a todo el ejido urbano.
Y que el que quiera comprar una botellita pese a todo, conseguirá seguramente marcas de agua proveniente de Mendoza, con una huella de carbono muy alta y que, además, calculando todo el ciclo de vida, un litro de agua embotellada cuesta tres mil veces más que un litro de agua de la canilla, y que de hecho se utiliza más agua en la fabricación de una botella que el agua que contiene.
Botellas que terminan abandonados en la vía pública, obstruyendo desagües pluviales, u ocupando un espacio importante entre los RSU.
A nivel mundial, sólo el 20% de las botellas consumidas es reciclado. Según cálculos de la Earth Policy Institute (EPI), alrededor de 1.500 botellas de agua terminan en la basura por segundo.
Pero nada, los concejales leyeron todo e inexplicablemente hicieron una “sugerencia” a la Cámara de Comercio local, y fin del tema.
En el medio, algunos sitios regularon acerca del derecho al acceso al agua en cualquier lado, incluso en un restaurante. Rosario fue pionera en ello, y el 26 de setiembre de 2016 la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), con el apoyo de Aguas Santafesinas SA y la Defensoría del Pueblo de Santa Fe, lanzó el “derecho de jarra”, iniciativa que aspiraba a que en bares y restaurantes se ofrezca agua de la canilla para acompañar los platos.
Y el Concejo Municipal de Rosario lo convirtió en Ordenanza, en la que se establece la disposición, “en beneficio de clientes, de agua segura de red, gratuita y libre en jarras u otros receptáculos en establecimientos gastronómicos, bares y restaurantes habilitados de la ciudad de Rosario”. El llamado “Derecho de Jarras” de cumplimiento obligatorio.
Y también, en marzo de 2014 y con la intención de reducir los residuos plásticos, San Francisco (USA) se convirtió en la primera gran ciudad de Estados Unidos en prohibir la venta de agua embotellada, con multas por incumplimiento de hasta mil dólares.
Con BIOS no tuvimos suerte. Pero resulta que, de algún modo, el tema llegó a la legislatura de la Provincia de Buenos Aires levantó el guante y más o menos con los mismos argumentos que nosotros enumerábamos, sancionaron la Ley 15.439 que obliga a expender agua de la canilla a todos los establecimientos gastronómicos a mero pedido del comensal.
Y hasta dan detalles menores, como que (y cito) “A los fines de dar cumplimiento con la obligación establecida en el artículo 3° de la presente Ley, los establecimientos que brinden servicio de mesa o barra, deberán garantizar en la mesa de sus clientes una jarra o botella de al menos doscientos cincuenta centímetros cúbicos (250 cc) de agua potable por comensal, de manera gratuita y sin límite de cantidad, sin necesidad de que sea solicitada por el cliente o consumidor”.
En fin, que a veces en pago chico se tiene una mirada chica, lo que nos coloca en zona de riesgo porque el mundo y el ambiente es uno solo, y por cierto, grande.