Editorial del Programa ECOS del día 22 de Octubre de 2022
Desperdicio de alimentos, desperdicio de ambiente
Hay días conmemorativos de tantas cosas, que a veces se nos pasan y ni nos enteramos de que era el “día de…”
Cada 28 de setiembre se habla del desperdicio de alimentos, y es porque es el día Internacional de la Conciencia por la pérdida y el desperdicio de alimentos.
Uno podría pensar que este tema es banal, o que más bien para programas de cocina, o para programas de salud, tal vez.
Pero si miramos un poquito los números, nos vamos a quedar helados porque no se trata solo de comida que alguien que está entre los que no tienen qué comer podría haber consumido, (que de hecho a la fecha son como 800 millones de seres humanos, y tan solo en nuestro país, el 30 % de niños, niñas y adolescentes que están en pleno desarrollo se hallan en una situación de emergencia alimentaria) sino que detrás, hay un mundo de impactos ambientales evitables.
En todo el planeta el 40% de los alimentos que se producen nunca son comidos y si, van a parar a la basura.
Detrás de eso que es un dato de por si duro, hay una huella ambiental descomunal. Si nos apartamos de la cuestión ética de que millones de personas pasan hambre y que casi la mitad de los alimentos que se producen se tiran en vez de alimentarlos, está la cuestión ambiental. Que no es menor.
La producción de alimentos utiliza recursos, agua, tierra, energía, tiempo, y sus impactos ambientales son muy grandes. Pensemos en el tema del cambio climático y de los territorios en condiciones de sequía inesperada. Hace poco veíamos los barcos acostados en la arena de grandes ríos en varias partes del planeta. Y discusiones a altos niveles políticos acerca del uso del agua en los embalses, del racionamiento, de cómo arreglárselas con un agua cada vez más escasa. La producción agrícola requiere inexorablemente de agua, de mucha agua. Y el agua está en problemas como para tirar comida.
Un informe de este año de FVSA dice que se usan por año 760 km³ de agua para producir este alimento que termina en la basura.
Pensemos en el suelo: los nutrientes que se han pasado de la tierra al grano o al fruto. Del empecinamiento de agregar químicos para “mejorar” el suelo. Del empecinamiento número dos de usar venenos para aislar a la planta del resto de los seres vivos, como si en la naturaleza sucediese remotamente así. Y de esos químicos matando a los microorganismos del suelo, que son los que con sus colonias realizan las vitales funciones de la nutrición de las plantas… quemados por herbicidas, fungicidas, acaricidas y varios “cidas” más.
Puestos en plantas que irán a parar a la basura.
Pensemos en el cambio climático: tractores, sembradoras, camiones en largas filas llevando de aquí para allá fertilizantes, grano, venenos, productos de huerta… emitiendo a su paso gases de efecto invernadero sobre una tierra que con el monocultivo, en vez de capturar esos gases, también los emite. Por comida que se tirará. Y pensemos en las emisiones de los basurales adonde eso producido y no comido, va a parar. Se estima que el 10% de todos los gases de efecto invernadero que la humanidad emite, vienen de aquí. Si, de la comida tirada a la basura. 10%... es mucho.
Esta agricultura y ganadería industrial es el principal motivo de la pérdida de biodiversidad y de la degradación y hasta la desaparición de ambientes naturales.
Estamos hablando de que en el planeta, cada año, se tiran 2.250 millones de toneladas de alimentos, sumando todas las fuentes: lo que se desperdicia en los establecimientos agropecuarios, en los vendedores minoristas, en los servicios de vianditas (millones en todo el planeta en aviones, trenes, buses, empresas…) que nadie se come. En el transporte, adonde se echa a perder un buen porcentaje. En el almacenamiento adonde sucede otro tanto. Y en nuestras casas, claro.
Ese informe de Vida Silvestre Argentina muestra que con la cantidad de comida que termina en la basura, se podría alimentar más de 7 veces a quienes hoy no tienen cubiertas sus necesidades básicas alimentarias.
Claro, algunos gobiernos han hecho buenas declaraciones de intención, y prometido enseñar a la gente a no tirar comida, no comprar de más, pero ¿y todo lo demás que mencionamos? Es una red de nodos, cada cual hay que atender: desde la semilla o el ternero hasta el tacho de basura de nuestras cocinas. Son montones de ajustes y acciones que se necesitan. No es solo decirle a la gente que no compre cosas que después se le van a poner malas en la heladera. Eso es un mínimo aspecto.
En los Planes Climáticos que cada país debe presentar según el Acuerdo de París, de los 192 planes climáticos nacionales, solamente 11 mencionan algo sobre este tema. Argentina no es uno de ellos y no los visualiza como uno de los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Como en tantas otras cosas (veamos la ley que asume a la obesidad como una enfermedad, por ejemplo) la presión de la gente puede ser clave.
Por un lado, racionalizando la cosa en nuestra cocina, y por otro, demandando que se asuma este riesgo, que se tomen los ajustes necesarios para que no se esté perdiendo agua, tierra, energía, salud, contaminando el mundo, en todas las etapas de la producción y consumo de alimentos. Hay que reducir la presión sobre este único y frágil planeta que tenemos.